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domingo, 12 de abril de 2009

EN RECUERDO DE JESÚS TEJEDERAS DORADO

Aún a riesgo de copiarme a mi mismo, amigo Jesús, quisiera dedicarte este nuevo rincón de reflexiones sobre Ciencia. Y voy a hacerlo aprovechando las palabras que pronuncié la noche en la que la Asociación Profesorado de Córdoba por la Cultura Científica te nombró socio de honor. Sólo pretendo que el navegante que atraque unos minutos en este puerto digital, conozca tu labor en favor de la Cultura.
Como recordarás, nuestro singular y pequeño universo asociativo nació hace cuatro años, de una explosión de inconformismo, debido a la situación que atravesaban (y aún atraviesan) las enseñanzas científicas. Fue fruto del azar, mientras rellenábamos el vacío producido por la ausencia de un ponente a una sesión trabajo en el CEP. (A veces me pregunto si seríamos lo que somos si aquella tarde no hubiésemos rellenado el tiempo y el espacio con nuestras quejas docentes).
De aquellos comienzos contestatarios nos llega su radiación de fondo, como un eco del pasado. Son tus primeras intervenciones, ofreciéndote de nexo entre la Agrupación Astronómica de Córdoba y el universo reivindicativo y divulgativo que acababa de nacer.
Desde su constitución como colectivo, en el año 2005, participaste o estuviste al frente de muchas de sus actividades, como los tres primeros Paseos por la Ciencia, varias observaciones del cielo nocturno, visitas, tertulias, conferencias, etc. Siempre fotografiando y colgando instantáneas en la red para inmortalizar cada evento. O indicando, con tu puntero láser, las metas y desafíos a perseguir, como las estrellas en el firmamento. O ayudándonos a analizar los problemas con tu potente telescopio mental.
Pero siendo toda esta actividad en sí misma un derroche de ilusión, energía y trabajo, creo que representas algo más en nuestra asociación. Formas parte de su esencia, como los quarks dentro de la estructura de los átomos, aprovechando la estela cosmológica de esta semblanza repetida, que va de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño.
Hoy sabemos que hay varios tipos de quarks, con nombres más extravagantes aún que el de la propia partícula: Arriba, abajo, extraño, encantado, fondo y cima. Tú eras (eres aún en nuestras mentes inquietas) cualquiera de ellos y todos a la vez.
Como profesor de inglés y amante de la Astronomía, aglutinaste en tu persona el saber del Renacimiento: El maridaje de las Ciencias y las Letras. Una integración que defendemos como colectivo, pero que no deja de ser algo extraño en nuestro días.
Tu mayor afición estuvo arriba, en la cima, en el firmamento. Nos traías el brillo de las estrellas y la tenue neblina de las galaxias desde la bóveda del cielo nocturno y nos la servías en bandeja, en sentido figurado y literal (gastronómico).
Fuiste crítico con la situación actual de las enseñanzas científicas e impulsaste medidas para mejorarlas desde abajo, desde el fondo del sistema educativo, como docente comprometido con la educación y la Ciencia.
Fuiste también un gran divulgador del conocimiento científico, transmitiéndolo con entusiasmo a cuantos te conocieron, consciente de que el mensaje de la Ciencia ha de estar cargado de emoción y que solo así es posible interiorizarlo. De ahí viene el encanto con el que nos seducías a los que tuvimos la suerte de escuchar tus historias sobre el cosmos.
Desde el pequeño estallido de nuestra asociación, su “little-bang”, insuflaste materia y energía en nuestro sueño, que no es otro que el de “restar ignorantes a la incultura y sumarlos al tren del progreso y de la libertad”, como nos propuso Manuel Toharia una tarde de febrero del año 2007.
El 18 de mayo de 2008, el "cielo que te encendieron las noches cordobesas" se apagó para siempre, pocas horas después de contemplarlo esquivo desde la terraza del hotel donde te nombramos socio de honor y te abrazamos, sin saberlo, por última vez.
No olvidaremos tu último deseo, aquella noche:
"Y deseo terminar haciendo una invitación a DESCUBRIR EL CIELO. Os va a liberar de las tensiones a que este tipo de vida nos obliga. El cielo nos sitúa en la Naturaleza, en plena libertad, en un reencuentro con nuestra conciencia (...). Enamoraos otra vez de vosotros mismos. Mirad a vuestro interior: eso es al final lo que permanece."
Como tu luz, que se esparce por doquier iluminando el año de la Astronomía, que con tanta ilusión comenzaste a preparar antes de tu marcha.

Córdoba, a 18 de mayo de 2009.

CAZADORES DE SUEÑOS

“¡Clapham Road!” Anunció en voz alta el conductor del omnibús que circulaba por las desiertas calles de Londres. Era una tarde de verano de 1854. El aviso despertó de su ajetreada siesta a un joven químico. Había estado soñando con átomos “caracoleando”, unidos en parejas, tríos, cuartetos y cadenas que giraban vertiginosamente ante sus ojos. Así nació la teoría actual sobre la estructura de los compuestos de carbono. O al menos, así lo contaba en 1890 su progenitor, el arrepentido estudiante de arquitectura y famoso químico alemán, Fiedrich A. Kekulé (1829-1896). Pero las musas de la Ciencia no abandonaron sus cabezadas vespertinas. En 1864, tras dos años de esterilidad profesional por la muerte de su esposa en un parto, descubrió la enigmática estructura hexagonal del benceno. Fue durante otra de sus visiones oníricas: Hileras de átomos retorciéndose como serpientes, mientras una de ellas, la que representaba al benceno, se mordía la cola burlonamente. “Aprendamos a soñar”, dijo en un discurso. “Pero guardémonos asimismo de publicar nuestros sueños hasta que no hayan sido examinados por la mente despierta”, concluyó. Buen consejo para los amantes de las patentes.

Los sueños cumplen una función biológica y psicológica fundamental. Diversos experimentos confirman que sirven para consolidar la memoria en los animales, incluidos los humanos. Como toda nuestra actividad nerviosa, los sueños se fabrican con electricidad y química: “Chispazos” que viajan como un rayo a través de las neuronas y moléculas que se liberan entre ellas o en sus “contactos” con los músculos. Esto último lo descubrió el fisiólogo austriaco Otto Loewi (1873-1961) soñando dos noches seguidas con la misma idea esquiva, en la primavera de 1921. Durante la segunda visualizó un procedimiento experimental para determinar si la hipótesis sobre la transmisión química entre nervios y órganos, formulada hacía 17 años, era cierta o no. Tras despertar a media noche, se levantó de inmediato, fue a su laboratorio y realizó un trascendental y sencillo experimento con varios corazones de rana y soluciones salinas, siguiendo el método proporcionado por Morfeo. Así descubrió que en la transmisión del impulso nervioso interviene la acetilcolina, una sustancia aislada previamente por su colega Dale. Los dos científicos recibirían el premio Nobel en 1936. Y de este hallazgo al Prozac y a otros tratamientos, gracias al descubrimiento y modulación, mediante fármacos, de decenas de neurotransmisores que permiten a las neuronas “hablar” entre ellas a través de las sinapsis.

Los neurotransmisores son compuestos químicos. Es decir, agrupaciones de átomos de varios elementos que “dibujan” las estructuras soñadas por Kekulé. Por aquellos años sólo se conocían unas pocas decenas de elementos, clasificados en familias según sus propiedades físico-químicas. Pero faltaba una ordenación definitiva que explicase la periodicidad de estas propiedades. Se habían hecho varios intentos, hasta que Dmitri Mendeléyev (1834-1907) encontró las claves con una baraja de cartas en el fondo del cajón de los sueños. Para ello utilizó los sesenta y tres naipes correspondientes a otros tantos elementos identificados hasta entonces y los dispuso en las paredes de su laboratorio, ordenándolos una y otra vez, con el fin de encontrar la regla que explicase el caos aparente. Y así, una tarde de 1868, durante una de sus habituales siestas (¡bendito descanso a la española!), contempló cómo las cartas iban cayendo una a una en su lugar. Al despertar las dispuso en siete grupos sobre la mesa, como en un solitario. Uno por uno fue colocando todos los elementos químicos, dejando huecos para los que aún no se habían descubierto: De arriba abajo, los átomos con propiedades semejantes; de izquierda a derecha, según la variación progresiva de esas mismas propiedades y desde el principio hasta el final, por su creciente peso atómico.

Mendeléyev era un científico pragmático y preocupado por el progreso social. En cierta ocasión sentenció que podríamos vivir sin Platón, pero que necesitaríamos el doble de Newtons para descubrir los secretos de la naturaleza y vivir en armonía con sus leyes. No hay que llegar tan lejos en este radical abandono de las “Letras”. En pleno siglo XXI sólo necesitemos que se cumpla otro sueño: Más Cultura Científica para comprender el mundo y actuar en él de forma responsable y solidaria.